viernes, 31 de agosto de 2012

Derecho a amar, sin etiquetas


Si acudimos al diccionario de la RAE, encontraremos en la palabra hijo numerosas acepciones. La primera que aparece define hijo como: persona o animal considerados en relación con sus padres.
A continuación se abren otras definiciones, que señalan o destacan alguna singularidad de esta figura. Así hijo legítimo es el que ha sido reconocido legalmente por su padre biológico. Hijo natural sería aquel cuyos padres no están legalmente casados. Hijo bastardo se refiere al ilegítimo, de padre conocido. Hijo adoptivo aquel que lo es por adopción. Hijo pródigo sería el que regresa al hogar parental, después de haberse emancipado.
No todas las definiciones se refieren al hijo y a la relación con sus padres. Hijo predilecto califica con honor al nacido en un determinado lugar. Hijopolítico o yerno, señala la relación entre el esposo y los padres de la desposada.
Sin ser el último, el diccionario también señala al hijo de papá para referirse al hijo de una familia rica, que recibe de ella todo tipo de bienes y caprichos o habla del hijo religioso para referirse al fundador de su orden.
También destaca el diccionario que la palabra hijo se usa como expresión de cariño y protección. Sobre esta última acepción quiero orientar mi modesta reflexión.
Está muy bien que la RAE nos ayude a entender el significado de las palabras para su correcta utilización y fácil comprensión, pero somos los hombres los únicos capaces de darles y llenar esas definiciones de trascendencia, en definitiva, de conseguir que una palabra se convierta en algo valioso, si la acompañamos de afecto, amor y respeto.
En mi opinión sólo deberían existir dos definiciones para referirnos al hijo: el querido, el amado y aquél otro que no lo es. Nada debería importar la supuesta legalidad o ilegalidad de su procedencia. Serían pues los hijos amados y los otros (sobre estos últimos reconozco que el ser humano a veces pierde su auténtica naturaleza y es capaz de las mayores vilezas).
¿Dónde se profesa nuestro amor, afecto y respeto al hijo?: en la familia. Después de dar mi opinión sobre la falta de “sentimientos” en las definiciones que facilita el diccionario, no sería coherente por mi parte que las trasladara a esta reflexión. A pesar de eso sí lo haré con la que nos propone la BCN, que la define como “… un grupo de personas unidas por vínculos de parentesco, ya sea consanguíneo, por matrimonio o adopción que viven juntos por un período indefinido de tiempo. Constituye la unidad básica de la sociedad”. Me atrae esta definición porque no habla de legal o ilegal, legítimo o ilegítimo, sino de unidas por vínculos, lo que sin duda explicita libertad, libertad de elección y de permanencia en esa unión.
Pero no puedo dejar de destacar, por ser una palabra controvertida, que en esa unión  voluntaria aparece como posibilidad de su origen el matrimonio. Ése vocablo, ésa situación, ése vínculo, que se refiere a la libre unión de dos personas que se aman y han decidido compartir su existencia, sufre el rechazo de una parte importante y significativa de nuestra sociedad, cuando los sujetos que han optado por ella son del mismo sexo. Y yo me pregunto ¿por qué?
La sociedad debería reflexionar sobre lo que es importante y lo que no lo es y ser consciente del sufrimiento que pueden llegar a provocar cuando muestran su rechazo, aplicando calificativos, poniendo etiquetas a otros seres humanos que han nacido, optado, o se han visto forzados por una situación diferente. Porque, ¿cómo se formulan las definiciones contenidas en un diccionario?, ¿acaso no son el resultado de la reiteración de un hecho, de una circunstancia concreta?
Hay, o hasta hace poco había, un programa en una emisora de radio que dedicaba parte de su espacio a localizar palabras perdidas. El desarrollo del mismo consistía en acudir al diccionario y buscar una palabra que llegó a ser relevante… de uso cotidiano, pero que la modernidad la había llevado al desuso, al abandono de su utilización. El periodista recorría media España intentando encontrar a alguien que la siguiera utilizando.
Hay, o hasta hace poco tiempo había, un programa en la misma emisora de radio que dedicaba parte de su tiempo a localizar palabras nuevas que no existen en el diccionario pero si son utilizadas habitualmente por la población. Como en el caso anterior, el periodista viajaba y entrevistaba a ciudadanos que aportaban esos nuevos vocablos de uso común y cotidiano para ellos. Con el tiempo muchos de estos vocablos no oficiales ya han sido incluidos o lo serán en nuestro diccionario sin sentimientos y formarán parte de la legalidad del lenguaje. ¿Por qué no permitimos que lo que ya es habitual se convierta en realidad?
Quiero creer, deseo que ése catálogo de palabras que una parte de la sociedad rechaza, puedan formar parte algún día, mejor hoy que mañana, del uso común de todos. Unos no verán en ellas sentimientos, otros sí porque se los pondrán; ¡! Dejemos ponerle contenido, vida, sentido a las palabras ¡! Abstengámonos de tratar de impedir a otros su derecho a elegir, en libertad, el mejor vocablo que desean para su situación vital, como lo es el ámbito de sus sentimientos y afectos.
La intimidad, la profundidad, la singularidad, el valor de un sentimiento no puede ni debe estar expuesto a la lectura de un diccionario ni a la crítica de un semejante. Dejemos las etiquetas para los productos que se exhiben en tiendas y comercios y reconozcamos que, en efecto, también en el matrimonio sólo caben dos definiciones: la de los que se aman y la de aquellos otros que no gozan de esa posibilidad. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario